Monday, September 13, 2010

Transpersonalización

De piernas cruzadas, y con el viento de las alturas como caricia natural, contemplaba. El frío amigable de un invierno entre montañas le otorgaba facultades analíticas, meditatorias, sin una plena conciencia de ser dueño de las mismas, lo que hacia a ese instante más puro, cuasi infantil, remitiendonos a su mejor acepción.
Atracción casi adictiva por el vuelo majestuoso de aquel ser, sabio como pocos en el universo, que se entrega en envergadura a las variables corrientes de aire serpenteante, las cuales permiten el andar cansino que pareciera cargar miles de años. Deseaba ser ave, y vuelos circulares que cortaran el viento, poseer aquellas alas deslumbrantes capaces de infundir respeto desde su negro vestir, coronado con el blanco collar que sostiene el cuello. Cóndor deseaba ser, hijo y padre de aquella precordillera, símbolo del aire para los sabios pueblos, arrasados por las ansias del tener, que unos quinientos años antes se presentaba en forma de carabela.
Admiraba su plumaje y pensaba en su cabeza desnuda, fría, serena, capaz de reflejar en sus colores la tonalidad del alma, aquel alma que se mece a cinco mil metros de altura, mientras él, simple humano arrastra sus torpes píes en el suelo polvoriento.
¿Como descuidar su contemplar? Aquella visión infinita en ojos cafés, capaces de conocerlo todo y guardar en dosis de sabiduría cada uno de los instantes vividos, para nacer con cada Sol y no morir jamas, tan solo vivir un renacer constante, como expresaban los incas en otro tiempo.
Un caudal de saberes y su silencio, propio de quienes se reservan a un mundo interior tan fuerte e incontenible que solo se brota en pequeñas dosis. El silencio que en ese instante los hermanaba, los hacia uno con el viento y su melodia, volaban, volaba y miraba al ser de muchas y sintéticas pieles de colores, sedente sobre las rocas, contemplando el firmamento. Admiraba su versatilidad, su andar terrenal y emparentado a la tierra y por sobre todas las cosas su risa, una explosión de sentires detectable para cualquier ser del universo, esa mezcla de viento y sol, con toques de primavera que salia por la boca humana, aunque provenía del pecho. Un fluir contagioso, mágico, por el cual en algunos momentos desearía ser humano. Admiración, casi adictiva por aquel sedente ser que lo acariciaba con la mirada.
El ojo de la vida agonizaba y la hora mágica estaba allí, la despedida de los seres que agradecen estar vivos y la floreciente comunión entre dos almas.
Y cuando el viento se llevó el polvo, la serranía, regaló los tierras y el rojizo, mostró sus verdes lunares y el cielo se hizo uno con la tierra, el vuelo fue sonrisas y el plumaje piernas cruzadas, los anhelos dejaron el capullo, para ser por una vez certeza .Y mientras el cielo daba a luz a la cruz de nuestras latitudes, erguido estaba el silencio, propio de quienes guardan un secreto y se regocijan entre miradas ante los ojos ciegos de quienes solo ven con sus retinas.

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